La batalla del Alia fue un enfrentamiento militar librado en las cercanías del río Alia en algún momento a inicios del siglo IV a. C., entre la tribu gala de los senones y el ejército de la República romana. El resultado fue una completa victoria de los primeros y el posterior saqueo de Roma.
Diodoro afirma que los celtas, al inicio de la guerra contra Clusium llevaron a 30.000 guerreros, los más jóvenes de entre su gente, y que cuando atacaron Roma marcharon con todos los varones de su gente, alcanzando los 70.000. Estos números son aceptados por autores como Cary y Scullard, sin embargo, historiadores modernos consideran una cifra muy alta para una sola tribu, la que debería haber sido «colosal» para mover tal ejército. A la vez, Tito Livio reconoce que se desconocía si los senones marcharon al sur solos o apoyados por las otras tribus galas.
Acorde con Ellis, esos números son un intento por los historiadores romanos de justificar su derrota en la inferioridad numérica, la que se debió en verdad a la ineficacia de los comandantes romanos, quienes permitieron a los celtas aproximarse demasiado a la ciudad y reclutando un ejército sin prepararlo adecuadamente, y a que Breno demostró ser un mejor táctico. El mismo erudito sugiere que 12.000 guerreros es una estimación más realista, siempre y cuando los senones fueran «una tribu populosa» Respecto de la población, se puede comparar con el caso de los ligures apuanos, cuando en el 180 a. C. se deportaron a 12.000 hombres en armas,149 les acompañaron sus familias, sumando un total de 40.000 personas.150 Sin embargo, el historiador británico Tim Cornell dice que los relatos nunca mencionan a las mujeres y niños, los que acompañarían a sus varones si hubiera sido la migración de todo un pueblo. Por ello cree más probable que fuera una banda de guerra, posiblemente de mercenarios, que se dirigieran hacia el sur, pues se sabe que poco después de estos eventos Dionisio I contrató a unos galos en su ejército, siendo su derrota en realidad un evento ocurrido en las campañas del griego en el sur italiano; o que hubieran sido traídos por una facción durante las luchas políticas internas de Clusium, lo que explicaría mejor su llegada que la legendaria infidelidad sufrida por Arrón.
Los celtas volvieron a su campamento y los galos convocaron a todos sus guerreros para avanzar sobre la ciudad a toda prisa. No saquearon las otras urbes en su camino, anunciando que solo lucharían con los romanos, pero la gente huyó porque sabían de lo sucedido en Etruria. Los tribunos consulares se enteraron y reclutaron a todos los hombres adultos. Ni siquiera habían realizado los ritos religiosos ni consultado a los augures sobre el destino ni construido un campamento fortificado donde refugiarse, pero su principal debilidad era el alto número de tribunos consulares a cargo. Para empeorar todo, la disciplina se había relajado pues ningún comandante quería ser estricto por miedo a ser odiado popularmente como Camilo.
Los romanos cruzaron el Tíber y marcharon a lo largo del río, formando su línea de batalla cuando los celtas se aproximaroncon cánticos y gritos ensordecedores. Estaban a 11 millas (16,5 kilómetros), no muy al norte de donde el Alia desemboca en el Tíber, y donde el Alia desciende de los montes de Crustuminian en un canal profundo.Los romanos dispusieron a sus mejores tropas entre el río y unas colinas, mientras dejaron a los soldados más inexpertos en las elevacionesque estaban a su derecha, utilizándolos como reserva. A su vez, extendieron sus alas cuanto pudieron para evitar ser flanqueados por los más numerosos galos, pero con ello debilitaron el centro.
El rey celta se dio cuenta de la estratagema de los tribunos. Como los romanos eran menos, esperaban un ataque frontal de los galos en toda la línea en el llano, permitiendo a su reserva atacarlos por el flanco y retaguardia. Por ello, cuando las trompetas sonaron y ambos bandos chocaron, la élite de los guerreros senones atacó a los reclutas en la colina, si tomaban la posición, asegurarían su flanco y su superior número les daría la victoria en la llanura.
En efecto, primero desalojaron a los romanos de las alturas, iniciando el pánico en soldados y oficiales porque los vencidos huyeron con el resto de los romanos, confundiéndolos y haciendo que huyeran hacia el río la mayoría o solo el ala izquierda, empujada por sus enemigos, que aprovecharon el caos para matar a los retrasados, dejando el campo cubierto de muertos. Las colinas fueron la salvación de otros fugitivos, pues hacia allá se retiró el ala derecha con algún orden, manteniéndose como un refugio por algún tiempo hasta que lograron volver a Roma, donde no cerraron las puertas y simplemente se refugiaron en la ciudadela del Capitolino.
En cambio, la izquierda sufrió el peor destino. Los romanos más valientes intentaron nadar con sus armaduras puestas, algunos fueron arrastrados pero lograron llegar a la otra orilla, muchos otros no fueron tan afortunados. Sin embargo, la mayoría arrojó sus armas antes de lanzarse a las aguas o fueron asesinados en la ribera. Otros estaban heridos o cansados, no pudiendo quitarse sus armaduras y cuando intentaron nadar, se ahogaron. A muchos les acertaron jabalinas galas, matándolos en el acto o provocándoles heridas que los debilitaron, haciendo que el río los arrastrase y ahogase. Así, muchos supervivientes se refugiaron en Veyes en lugar de intentar volver con sus esposas e hijos, ni siquiera intentaron enviar mensajeros para avisar de la derrota. Por eso, en la ciudad los dieron por muertos.
Por último, los romanos en retaguardia, al escuchar los gritos, empezaron a huir sin pelear, y por eso ninguno murió en el combate, pero fueron cazados porque bloquearon sus rutas de retiradas peleándose entre ellos.
También huyeron las vestales con el fuego sagrado del templo de Vesta y otros objetos que tenían a su cargo, pero sin sus pertenencias personales; les acompañaron los flamen de Quirino. Algunos objetos que no podían cargar los pusieron en frascos y los enterraron. Según se dice, caminaban maltrechas a lo largo del Tíber, por el camino que llevaba del puente Sublicio a Janiculum, cuando fueron vistas por el plebeyo Lucio Albinio, que huía con su esposa, hijos y posesiones en un carromato parte de la columna de refugiados. En un gesto de piedad religiosa bajo a su familia y las subió hasta llevarlas a una ciudad griega o a Caere, según la versión.
Estos días también fueron aprovechados para el acopio de granos, víveres y armas en el monte Capitolino, junto con los pocos soldados sobrevivientes, todos los senadores aptos para luchar y sus familias. A ningún defensor se le impidió traer a sus esposas e hijos por cuestiones humanitarias, aunque hubiera reducido el número de bocas que alimentar. En la acrópolis que allí había se guardaron oro, plata, prendas costosas y objetos sagrados, fortaleciendo las defensas por tres días.
Encontraron en sillas de marfil y vistiendo sus mejores ropas a los sacerdotes y senadores más viejos siguiendo el ejemplo de Marco Fabio Ambusto, el pontífice máximo, porque no pudieron soportar la idea de abandonar su hogar, consideraban que iban a morir pronto de todas formas y se veían como inútiles para luchar. Los galos se sorprendieron y como los romanos no se levantaron ni cuando se acercaron, en completo silencio, apoyándose en sus bastones y mirándose mutuamente a los ojos, se negaron a tocarlos creyéndolos seres sobrenaturales por su majestuoso semblante. Al final, un celta reunió el valor y acarició la barba de Papirio Marco, quien lo golpeo en la cabeza con su bastón o su vara de marfil. El bárbaro respondió desenvainando la espada y acabando con su vida. El hechizo se rompió y los senones masacraron al resto
Cuando ordenaron a los defensores del Capitolino rendirse, les fue denegado. Algunas fuentes dicen que intentaron asaltar la acrópolis varias veces, pero fueron rechazados con altas pérdidas, debido a lo cual decidieron esperar a hacer capitular a los defensores por inanición. En su rabia, saquearon y quemaron la ciudad por varios días, salvo unas pocas casas en el monte Palatino, y pasaron a cuchillo a todo el que encontraron, sin importar edad o género. En cambio, otras afirman que el saqueo y los incendios sucedieron inmediatamente después de la matanza en el Foro. Entre los retos humeantes de la ciudad Breno ordenó conquistar la acrópolis y en cuanto amaneció toda su horda, formada en el Foro, avanzaron con sus escudos sobre las cabezas por la empinada cuesta pero los defensores se mantuvieron tranquilos. Cuando los celtas llegaron a la mitad de la pendiente, los romanos cargaron desde arriba y los expulsaron de forma tan contundente que no volvieron a atacarlos así. Fue entonces cuando Breno decidió asediarlos, algo que nunca esperó tener que hacer y por lo que había destruido muchas de las reservas de grano que había encontrado.